lunes, 23 de abril de 2007

SIGLO XIX

Emprendí este andar mío,
limpia como el sol, al igual que aquel castellano leal.
Y mirando desde el faro de Malta,
me invadió la paz y vida que allí dejó instaladas por siempre
la magistral pluma del Duque de Rivas.
Con tal sentimiento de pureza,
me acerqué hasta Niágara a escuchar la bella lira
que estremeció y agitó el alma
hasta arder la inspiración a José María Heredia.
En mi baño de letras,
tras secar las lágrimas vertidas por la muerte de Teresa,
hice mío aquel canto de desesperación ante la memoria traicionera,
no pudiendo evitar la envidia hacia tan amada mujer
por ser ella verso de José de Espronceda
Canté aquel himno al Mesías,
reclamando su presencia en este mundo, que malvivimos
en un intento de ser la voz de García Tassara
Continuando en mi deambular entre páginas de riqueza,
llegué a conocer qué es entrega absoluta,
de qué manera se deja al corazón ser amo de nuestra existencia;
por ello me atreví a pedir a las auras que callaran
en un pobre intento de complacer a Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Empapada en sudor me encontré poco después,
habiéndome sentido como aquel caballo hermoso
en un desliz de mi mente
Yo no quise ser jinete, quise ser el indómito animal de la carrera de Al-Hamar,
deseoso de encontrar en mi paso la mano experta de José Zorrilla.
Agua fresca de la orilla del arroyo me sirvió,
ante mi implacable sed de aprender.
Beber con ansia los versos a don Antonio de Trueba
allí, sentada en sus valles, deleitándome en su vega,
me llegó ya claro el estío, entre aromas de sol y trilla;
fue éste mi descanso, a la sombra de José Selgas.
Por eso las golondrinas revoloteando, en pleno goce de su estancia,
entre rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.
Muy lejos me queda ya aquel tiempo de nochebuena
en que cayó en mis manos la inmensidad de un poema dejado
como huella absoluta de qué es ser poeta.
Así , de esta manera en mi mente clavé su nombre: Vicente W. Querol.
Mi caminar entre tanta magia nunca fue pesado,
no se cansaban mis ojos al descubrir tanta belleza;
sólo abrí mis oídos para escuchar las campanas que tañían
con aquella fuerza que les dejó en su búsqueda de la felicidad
sabiendo de su existencia la adorada Rosalía de Castro.
Perfumes de nocturno y de músicas aladas
me quedaron impregnados en la piel
agitando mis sentidos hasta la inmensidad
extendiéndose cual estepa solitaria,
donde quedó refugiado José Asunción Silva.
Mi sendero abierto entre páginas
empezaba a ser el más frondoso de los caminos:
me entregué a la noche, al día y al crepúsculo divisando el pasar de las horas
desde la ventanilla de un tren expreso que permitió el balancear de mi cuerpo
debido a esas vías oxidadas
desde la ausencia en ellas de Ramón Campoamor .
Allí, en lo alto, dejé mi mirada,
descubriendo el brillo de una estrella
que cada noche enciende Carolina Coronado.
Llegado a este punto, un siglo estaba acabando,
aun así no salí de mi andar sin penetrar en la morada
donde canciones guardadas dejó Federico Balart.
Y sigo buscando la libertad en vano, entre las estrofas de Gaspar Nuñez de Arce.
Es por ello, que no está vallado el camino, dejo abierta la entrada por todas sus sendas
Pues yo, pobre aprendiz de poeta, quiero seguir empapándome
con páginas, versos, poemas y letras en las que suelo y acostumbro a bañarme.

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